A la caza de mister «G»

Rick Bentley se levantó muy temprano aquella mañana. Había comprado un viejo automóvil «De Dion Bouton» en el cementerio de automóviles de Pasadena, el día anterior. Una joya de la mecánica de primeros de siglo. Inservible, desde luego. Pero Bentley era un buen mecánico y sabía cómo poner aquel viejo prototipo en condiciones de funcionar, tras lo cual no sería difícil colocárselo a buen precio a cualquiera de aquellos chalados, podridos de dinero, que solían visitar su taller con frecuencia. La chatarra —para hablar con la verdad— le había costado doscientos cincuenta dólares, más veinte que Growley le había cobrado por llevarlo desde el cementerio de coches hasta donde Rick tenía su hotelito y una vieja nave-taller, donde pasaba los ratos perdidos montando sus antiguos cacharros sobre ruedas.